domingo, 23 de noviembre de 2014

Silvina Ocampo, la escritura secreta

Pródiga en hombres de letras, la literatura argentina carece de grandes nombres femeninos. Parafraseando a Roberto Bolaño, Argentina parece ser un país de escritores más que de escritoras, y de poetisas más que de narradoras. En un panorama dominado por Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Adolfo Bioy Casares, Roberto Arlt, Leopoldo Marechal, Manuel Puig y Juan José Saer, la obra de Silvina Bullrich y Martha Lynch palidece y pasa a un segundo plano. Más secreta, más fascinante, más inclasificable, la obra de Silvina Ocampo aparece como una notable excepción.  

El lado de la sombra

En uno de sus mejores cuentos, Borges, célebremente, escribió que a la realidad le gustan las simetrías y los leves anacronismos. Mary Shelley y Silvina Ocampo parecen darle la razón: Shelley escribió una famosa novela cuya sombra opacó para siempre a los versos de su esposo, Percy Shelley, y su amigo Lord Byron, con quienes integra el terceto más emblemático del romanticismo inglés. Como una involuntaria y acaso necesaria contraparte, Silvina Ocampo pasó la mayor parte de su larga vida (llegó a vivir noventa años) a la sombra de su esposo, Adolfo Bioy Casares, de su amigo, Jorge Luis Borges, y de su hermana Victoria, con quien mantuvo una relación compleja, de mutuo apoyo pero no exenta de tensiones. 

Las personalidades de las hermanas, por otra parte, no podían ser más opuestas: haciendo uso y abuso de su condición de hija mayor y portadora de un apellido ilustre, Victoria se convirtió en una figura pública que desde la revista Sur difundió a los más importantes escritores, filósofos y pensadores del momento y organizaba reuniones en su casa donde asistía la crema y nata de la cultura (Rabindranath Tagore, Igor Stravinski, Albert Camus, Roger Calois, Graham Greene), apoyó las ideas feministas y, como la mayoría de sus amigos y familiares, fue una intransigente antiperonista y anticomunista. 

Silvina, en cambio, prefirió siempre el bajo perfil, con una vida social poco activa (las reuniones en su apartamento eran raras, y siempre de amigos cercanos más que de celebrities intelectuales), reticente a las entrevistas y la auto-publicidad. Esa decisión de no exponerse demasiado, motivada por una confesa timidez, acentuó aun más la poca difusión que tenían sus libros, algo que nunca dejó de preocuparla. Quizá esa reticencia a mostrarse en público motivó su afán por reinventarse y reescribirse en sus cuentos e incluso en sus fotografías, en las que posa de maneras sugerentes y peculiares. Una de las más conocidas es la que aparece en la portada del primer volumen de los Cuentos completos editados por Emecé en 1999. En ella, Silvina mira enigmática a la cámara mientras oculta la mitad de su cara con la mano. En todas las fotos de madurez aparece siempre con unos anteojos oscuros de montura blanca, muy parecidos a los que usaba su hermana, quien los convirtió en una marca personal.

Invenciones del recuerdo

Si Borges, como Arreola, fija su mirada en el universo y sus posibilidades fantásticas, y Bioy reelabora los tópicos del fantástico y la ciencia ficción desde lo lúdico y lo paródico, Silvina se ubica en una zona compleja y problemática, que elude la fácil clasificación y ha hecho correr ríos de tinta. Sin precursores aparentes, su obra explora el fantástico desde el centro mismo de lo que Todorov consideraba como tal, en el límite entre la realidad diurna y el mundo de los sueños y la fantasía. Sus cuentos son perfectos exponentes de lo que Víktor Shklovski llamó "extrañamiento", un distanciamiento de la percepción ordinaria de la realidad, que detrás de su aparente cotidianidad esconde algo peligroso y a veces letal. Esto lo lleva a cabo por medio de tres elementos que han sido referidos con frecuencia en la bibliografía crítica ocampiana: la recurrencia de personajes infantiles y del mundo de la infancia; la presencia de un componente siniestro o perverso y la problematización de la voz narradora. 

Protagonistas de varios de sus textos, los niños de Silvina Ocampo están más cerca de los de Saki y de Henry James que del Peter Pan de James Barrie o la Alicia de Lewis Carroll. No se encuentran ante un mundo que subvierte las leyes de la lógica racional, sino que se encuentran en espacios cotidianos (una casa, un jardín, un parque) que contienen algo ominoso, perturbador, que termina por hacerse presente, cuando no son los propios personajes los que lo provocan. Los niños de Ocampo no buscan evadir la realidad, sino transformarla desde su propia subjetividad. Como los de Saki, los niños de Silvina comparten un carácter imaginativo, subversivo con las normas de conducta y el pensamiento castrador y pequeñoburgués de la clase media, a los que contraponen sus propios juegos y fantasías. Los adultos con frecuencia son retratados de manera negativa o estereotipada, a veces con rasgos monstruosos ("Cielo de claraboyas", el final de "Viaje olvidado", "La casa de los relojes"), aunque, como se verá a continuación, lo monstruoso esté presente también en los personajes infantiles.  

El componente perverso, no exento de un negro sentido del humor, es probablemente el que más interés ha despertado entre la crítica, aunque la propia Silvina le haya restado importancia. La crueldad aparece tanto en adultos como en niños, pero se manifiesta de diferente forma: mientras que en los primeros está motivada por razones cercanas al cinismo y la hipocresía, en los segundos aparece en una forma más pura, desprovista de motivos como la envidia, los celos o el rencor. En muchos cuentos los niños proponen un juego que desencadena una tragedia, aunque en otros casos la provocan deliberadamente, mientras que los adultos casi siempre terminan perpetrando un crimen, muchas veces de forma sutil, elaborada o imaginativa. Los personajes de Silvina incluso pueden calificarse de psicópatas: carecen de empatía por otras personas, perciben a los demás como juguetes u objetos que manipular, , y a menudo llevan esta objetivización de la persona al extremo del asesinato. 

La problematización de la voz narradora es un elemento central en la obra de Ocampo. Si Silvina toma de Saki los niños que detrás de sus juegos aparentemente inocentes esconden una intención cruel o perversa ("La ventana abierta", "Sredni Vasthar"), de James toma, además del tono costumbrista y el perfil inquietante de sus niños, la importancia que le da al punto de vista. Ocampo privilegia la voz infantil, ya sea mediante narradores protagonistas o en tercera persona, pero nunca omniscientes. La ambigüedad es característica en su narrativa, sus narradores esconden intenciones, tergiversan, ocultan, engañan o condicionan su relato mediante una percepción distorsionada. Uno de los más ilustrativos en este sentido es el cuento "La casa de azúcar", en donde, como en la novela Otra vuelta de tuerca de James, nunca se llega a saber si el hecho sobrenatural (la transmigración de la identidad de una mujer muerta a una viva, en la línea de "Ligeia" de Edgar Allan Poe) es real o sólo es el producto de la mente trastornada del narrador. En otros casos, la ambigüedad sobre lo narrado es provocada porque la voz narradora está de alguna manera implicada en el relato y busca narrarlo de una manera tal que justifique sus actos o que le evite ser juzgada. Es el caso de "La propiedad", que narra el asesinato de una mujer desde el punto de vista de su sirvienta, o "La oración", donde una mujer que reza en una iglesia le confiesa a Dios su infelicidad matrimonial y sus buenas intenciones al recoger a un chico de la calle que ahogó a otro mientras jugaban (una vez más, el componente cruel aparece como resultado de un juego que deviene en violencia) y que resulta ser excesivamente travieso al querer tocar y revolver todos los rincones de la casa. 
La incertidumbre que provoca la falta de veracidad del narrador genera también esa sensación de extrañamiento e irrealidad que impregna su obra: incluso las caracterizaciones de los personajes suelen ser unilaterales, no porque carezcan de profundidad, sino porque al narrador le interesa definir y mostrar a ese personaje desde ese rasgo. El hecho de que aun así se perciba que hay algo más, algo sobreentendido y no dicho, constituye uno de los logros más notables de la escritura de Silvina Ocampo.


Estos elementos ya aparecen en su primer libro, Viaje olvidado (1937). Compuesto por veintiocho relatos breves basados en su mayoría en recuerdos de la infancia, el libro recibió una ya famosa crítica de Victoria Ocampo, aparecida en el número 35 de Sur, en la que critica severamente los defectos y es incapaz de reconocer los aciertos de la prosa de su hermana, viendo sólo el elemento autobiográfico en sus cuentos y rechazando las reelaboraciones y "tergiversaciones" que introdujo Silvina, aunque ya advierte la atmósfera onírica e irreal que desarrollará en muchos cuentos posteriores. 

Autobiografía de Irene (1948) suele ser visto como un paréntesis en su producción, por su acercamiento a los tópicos borgeanos. La estructura de los cuentos se vuelve más compleja y el vocabulario más erudito, alejándose del subjetivismo expresionista de Viaje olvidado. No sería sino hasta La furia (1959) cuando Silvina logre alcanzar plenamente su voz propia y el tratamiento de sus temas, abriendo un ciclo que continuó con Las invitadas (1961) y cerró con Los días de la noche (1970). 

Los últimos años de Silvina estuvieron marcados por dos acontecimientos: la llegada del reconocimiento público y el avance cada vez más notorio del alzheimer. Alcanzó todavía a publicar sus dos últimos libros,Y así sucesivamente (1987) y Cornelia frente al espejo(1988), que reelaboran y llevan al extremo sus procedimientos narrativos más rupturistas. El cuento que da título al segundo es uno de los más intensos y conmovedores que escribió. Construido a partir del diálogo entre la protagonista y su espejo, se despliega un coro de voces (que en rigor son, o pueden ser, la misma) en el que asoman, desordenadamente, recuerdos, pensamientos, juicios, acusaciones. La oralidad que caracteriza la escritura de la etapa tardía de Silvina le da al relato una cuota adicional de intensidad. 

Por esos años también terminó La promesa, una novela que había empezado a principios de los 60 y que continuó escribiendo durante los veinte años siguientes. Fue el testamento literario de Ocampo, cuya vida se apagó tres años después de que su mente se perdiera definitivamente. Fue enterrada en la cripta de su familia, no muy lejos de la bóveda donde reposa su esposo, en el cementerio de la Recoleta, del otro lado del parque que veían desde su departamento, y desde donde Silvina espiaba a Bioy cuando llevaba a alguna de sus amantes.    
En 2006 se publicó una autobiografía en verso libre con prosas breves intercaladas que Silvina escribió pero nunca publicó. El título, Invenciones del recuerdo, bien puede designar el conjunto de su obra.

Aquí vivieron

De las cuatro casas que pesaron en la vida de Silvina Ocampo, sólo una permanece abierta al público. 

Frente al Centro Cultural Borges todavía puede verse lo que queda de su casa natal, en Viamonte 550. La construcción original llegaba hasta la esquina de Florida y se prolongaba unos metros sobre ésta, pero fue demolida a principios de los 90, víctima de la especulación inmobiliaria y de gestiones gubernamentales más interesadas en lucrar con la ciudad que en mantener su patrimonio arquitectónico. Según le relató a Noemí Ulla (Encuentros con Silvina Ocampo, Buenos Aires, 1982), sintió la temprana pérdida de esa casa (a los seis o siete años) como un gran sufrimiento. 
  
Villa Ocampo, la casa de verano de la familia ubicada en las barrancas de San Isidro, que Victoria utilizó como residencia permanente desde 1941, es la única que se conserva casi intacta y que puede visitarse. Convertida en museo, la imponente construcción de dos pisos fue diseñada por su padre, y no cuesta demasiado imaginarse a una pequeña Silvina corriendo, jugando, dibujando o urdiendo fantasías al pie de las viejas escaleras, debajo de la larga mesa del comedor, en la sala de música, en el amplio jardín, que en un tiempo tenía vista al río, vista que los años de urbanización y sucesivas parcelaciones convirtieron en un recuerdo. 


Enfrente de la plaza San Martín de Recoleta se encuentra el más emblemático de sus domicilios, el quinto piso del edificio de Posadas 1650. Expresamente diseñado y construido para su familia, Silvina se instaló allí junto con Bioy en 1954, después de residir varios años en Barrio Norte. Las fotografías lo muestran como un amplio departamento que ocupa todo el último piso, con las paredes cubiertas de altas bibliotecas. Fue su residencia definitiva, y a la muerte de ambos escritores fue vendido por sus descendientes. Una placa colocada en la puerta quedó como único testimonio de que en ese lugar vivieron, durante cuarenta años, dos de los mejores escritores argentinos. 

En Mar del Plata, por último, todavía pueden visitarse las dos casas que las hermanas Ocampo tenían como residencias de verano, Villa Victoria y Villa Silvina. Victoria adquirió la suya por la herencia de una tía, mientras que Silvina y Bioy compraron la otra en un remate. Ubicadas muy cerca una de la otra, y con un amplio parque que, en el caso de Villa Silvina, ocupa toda la manzana, las casonas todavía conservan los fantasmas de las escritoras: mientras que Villa Victoria funciona como un centro cultural, Villa Silvina fue convertida en un colegio. Sospecho que a ella le hubiera gustado. 

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