jueves, 22 de enero de 2015

Rock and Roll Revolution: el (des) amor después del amor

Este texto apareció por primera vez el 14 de septiembre de 2014 en el diario El Telégrafo de Guayaquil, Ecuador. Su publicación fue posible gracias a Blanki Monki, quien lleva el blog Anota mi nota y que en ese momento se desempeñaba como miembro de la redacción de esa publicación. A ella, en señal de agradecimiento, está dedicado. 

El 2013 fue especialmente prolífico para Fito Páez: después de mantener un ritmo de cinco discos de estudio por década, rompió su propia marca al lanzar tres álbumes en un mismo año: El sacrificioDreaming Rosario y Yo te amo. Se sabe que la excesiva fecundidad conlleva el riesgo de caer en el agotamiento creativo o en altibajos (Andrés Calamaro es el ejemplo por antonomasia), y Páez no ha sido la excepción: después de dos álbumes con temas inéditos, compuestos entre 1988 y 2013, el tercero tenía un sonido pop tan soft que rayaba en la cursilería y la pereza creativa, lejos de joyas como El amor después del amor (1992) o Circo Beat (1994).

Haciendo una clasificación muy arbitraria (y sólo a efectos prácticos), el público de Páez suele dividirse en tres grupos, que corresponden a tres etapas de su carrera: los más intransigentes, que prefieren el sonido oscuro y furioso de Ciudad de pobres corazones (1987) y que abominaron del éxito comercial de Páez en los 90; los que consideran la etapa de éxito comercial como una continuación de la oscuridad ochentera; y los que siguen al Fito más contemporáneo, ese que empezó en algún momento (la línea es difusa) entre Enemigos íntimos (1998) y Naturaleza sangre (2003).

Dejando de lado las cuestiones de gustos, es evidente que por lo menos desde Rey Sol (2000), los discos de Páez han adolecido de cierto "ablandamiento", de cierta complacencia en el lugar común, repitiendo tópicos y abusando de ciertos recursos estilísticos característicos de sus letras, las cuales también han perdido mucho poder y lirismo, a pesar de lo cual sigue siendo capaz de sacar trabajos muy escuchables: el rockero Naturaleza sangre, el acústico Rodolfo (2007), algunas canciones de El mundo cabe en una canción (2006) y Confiá (2010). 

En este contexto, Rock and Roll Revolution representa un acierto considerable, probablemente el mejor trabajo de Páez desde Naturaleza sangre. A esta altura esperar algo novedoso o rupturista de su parte es poco menos que utópico. Con todos los pros y los contras que implica, el álbum tiene los mismos tics que todos sus discos de los últimos quince años: autorreferencias, homenajes a sus influencias, letras confesionales, citas literarias y cinematográficas, etcétera.

El regreso a un sonido más poderoso sin duda atraerá a los adeptos del Páez visceral y furioso de Ciudad de pobres corazones y Ey! (1988), que tuvo una suerte de regreso con El sacrificio, aunque se echa en falta la habilidad y la capacidad lírica de esos trabajos.

El álbum pretende ser un homenaje a Charly Garcia, reconocido maestro de Páez y figura vernácula del rock argentino, pero lo cierto es que, con la excepción de tres temas (incluyendo un cover), apenas se encuentra algo que remita al bigote bicolor.

La mayoría de las canciones vuelven sobre el tema del (des) amor en todas sus facetas, desde la despedida dulce hasta la diatriba furiosa. Al igual que El sacrificio y Dreaming Rosario, es posible pensar en Yo te amo y Rock and Roll Revolution como álbumes complementarios entre sí, que recogen las dos facetas (lo "duro" y lo "suave") de la carrera de Páez. Si aquellos se componían de canciones descartadas compuestas a lo largo de los años, estos tienen como leitmotiv el amor, en sus dos caras: la luminosa, positiva, alegre, en una; y la oscura, decepcionada, violenta en la otra.


El disco abre con el tema homónimo, una canción con una melodía muy pesada y poderosa, con el pulso rockero alto. Lamentablemente también tiene una de las peores letras de Páez, no por ser violenta sino por su vulgaridad y su impostura. Fito critica la postura de los sectores de la sociedad que optan por una opinión maniquea, cómoda e hipócrita (“algunos quieren volver a golpear cuarteles, otros se hacen los Guevara sin laureles”), reivindicando el rock and roll como una actitud más auténtica y sincera frente al cinismo de la sociedad. El problema no pasa porque las acusaciones sean o no ciertas, sino porque después de una carrera tan exitosa y respetable, y siendo uno de los mejores y más importantes compositores de rock argentino, ver a Fito caer en el estereotipo del rockero con canas con actitud antisistema y rebelde es cuando menos inverosímil, cuando no ridículo.

Con Muchacha bajan las revoluciones y nos encontramos con una típica canción de amor de Fito, con una melodía dulce y algo triste, y una letra (esta sí) dirigida a su ex, mezcla entre reproche y comprensión, guiño a Garcia incluido (habla de “la grasa de las capitales”). Una notable mejoría después de la poderosa pero ridícula apertura.

Tendré que volver a amar puede escucharse como una segunda parte de Al lado del camino, quince años después. Fito vuelve a utilizar el fraseo/recitado y mezcla la declaración de principios (“yo sé que no soy nadie, no me creas tan estúpido, un tarado presumido que se equivoca sin parar, pero nunca tuve miedo a quitarme el disfraz, porque cuando estoy desnudo también siento libertad”) con la autocrítica (“el mundo me repugna y por momentos también me repugno yo, no sé lo que me pasa pero tampoco creo que lo sepas vos”) y el reproche hacia terceros (“hay que tener cuidado de los Judas, del traidor, porque te hacen sentir que el hijo de puta siempre sos vos”) y termina con un estribillo contundente. La canción más densa del álbum, y una de las mejores.

Arde es un rock bailable que puede recordar a Yo te amé en Nicaragua, aunque, al igual que la canción anterior, revisitada con veinte años más encima. La letra está plagada de postales sociales (“arden las ollas del comedor popular”), mete un posible guiño a Calamaro (“ya sé que nadie sale vivo de aquí”) y celebra un encuentro amoroso mientras todo en el exterior se destruye. Muy buena. 

La canción de Sybil Vane  es la más violenta del disco, un regreso con todo al Fito más oscuro y rencoroso, con un sonido denso y una letra rabiosa, de las mejores de Fito en años, haciendo una analogía con la actriz que es amada y posteriormente rechazada por Dorian Gray en la célebre novela de Oscar Wilde. Uno de los puntos más altos del disco, sin duda.

Ella sabe todo de mí es otra balada pop de piano y voz, con otra letra que habla de las diferencias entre él y Mengolini, en este caso refiriéndose a su ritmo de vida de estrella musical, para terminar diciéndole que “no puedo vivir sin vos, [...] me falta tu respiración, tu regazo y tu inspiración, tu sonrisa y tu corazón de niña”. Otra típica canción de Páez, disfrutable, aunque no entra entre las mejores. 

La mejor solución es un blues rock de muy buena factura, la banda suena muy bien y Fito canta incluso con un registro más grave y “pesado” una letra de tendencias suicidas (“estoy en un piso veinte, puede ser la mejor solución”). Más que a Garcia, recuerda a 'Pescado Rabioso'. Otro punto alto.

Loco (¿no te sobra una moneda?) es otro plato fuerte y el único cover del álbum. La canción es original de Garcia, pero la grabó Billy Bond en 1978, con Seru Giran, cuando la banda no tenía todavía ese nombre. Fito le cambia un poco la letra y menciona a Spinetta, a Garcia y a Pappo, homenajea y reivindica a la generación de rockeros argentinos de los años 70, y termina agradeciendo a Garcia (“Charly, [...] yo te hago el aguante, vos hiciste que mi vida fuera esta puta canción”). Junto con Rock and Roll Revolution, es la única canción que no habla de amor, y promete ser un tema infaltable en la próxima gira. 

Con Los días de sonrisas, vino y flores vuelve un tono más melancólico desde su mismo título. Una balada rock en la que el guitarrista Gaby Carámbula hace un solo muy emotivo en medio de la canción, mientras Fito recuerda con nostalgia días mejores y lamenta no haber podido continuar con su relación, sugiriendo en este caso una marcada depresión (“llamen a los músicos, digan que no pruebo, el concierto es esta noche, voy a ver si llego”). 

Que te vaya bien tiene un ritmo más bailable, que puede recordar (vagamente) a los samplers de Clics modernos. El problema, una vez más, son las letras: es difícil buscar homenajes a Garcia cuando ocho de los once temas son despedidas, reclamos y ataques a una pareja. En éste caso, se trata de lo primero: Fito le desea buena suerte a su ex y que le vaya bien en la vida.    

El álbum cierra con Hombre lobo - Yo, un acústico que podría haber estado en Rodolfo, en el que Páez vuelve a demostrar que sigue siendo un muy buen pianista. Después de diez canciones que oscilan entre la resignación y la violencia, ésta da un cierre relajado, aunque no menos dolido. Una acertada elección para terminar el disco.

En un comunicado en el que anunció oficialmente el lanzamiento del álbum, Páez declaró que compuso el disco en dos semanas y lo grabó en otras dos, y se nota. Las letras son decididamente monotemáticas, y más que a García, este parece un álbum dedicado a su ex pareja. Esto no implica necesariamente que sea un disco malo, ya que no es la primera vez que Páez compone un álbum inspirándose en una ruptura amorosa (algo similar ocurrió cuando terminó su relación con Cecilia Roth después de once años en 2003 y lanzó Naturaleza sangre), y en el sonido se nota la mano de Joe Blaney (otro de los escasos guiños a García: Blaney fue el productor de Clics modernos, que García grabó en Nueva York). Si El sacrificio fue un virtual regreso del Fito clásico, RRR demuestra que Fito, ya con canas y lejos de su época más inspirada, sigue siendo capaz de hacer buenas canciones.  

sábado, 17 de enero de 2015

El escritor de las orillas

Soy de esa clase de lectores que antes de empezar a leer un libro o a un autor buscan toda la información posible sobre él: el artículo en Wikipedia, reseñas, entrevistas, artículos, todo. Es decir, soy de los que Cortázar llamó "lectores pasivos". No porque no me guste la literatura que rompa con las formas convencionales, sino por el temor de que la innovación formal sea puesta por encima de la legibilidad de la narración (como sucede en Las olasCambio de piel o en cualquier texto vanguardista de los años 30). Aunque para muchos esto le quita algo de emoción y riesgo, para otros el tener un "mapa de lectura" o una noción general de lo que se está contando ayuda a comprender y disfrutar mejor de la obra. Como el sexo con protección, es menos emocionante pero más seguro. 

Por lo mismo, me sorprendió no encontrar casi nada de Juan José Saer. En Youtube hay dos entrevistas que le hicieron en Los siete locos, en 1997 y en 2000 (imperdible la segunda, donde al terminar Cristina Mucci dice "me hubiera gustado más tiempo" y Saer le responde "no, al contrario"); una mesa redonda con Cortázar, Roa Bastos y Sarquís grabada en Francia en 1978 y con un audio de pésima calidad; dos homenajes del canal Encuentro, en uno de los cuales aparece hablando sobre su vida y su obra, y poco más: algunas reseñas dispersas en blogs, entrevistas en distintos diarios, alusiones a un documental (Retrato de Juan José Saer) que parece inconseguible y muchos, muchísimos, aburridos y secantes análisis universitarios. La abundancia de aparato crítico académico,sumada a algunas reseñas negativas, me dieron la idea de que era un autor para lectores especializados más que de lectores hedonistas. Como James Joyce, Saer sería uno de esos tipos de los que es mejor leer sobre ellos que a ellos mismos. Pero al acercarme a sus libros descubrí que a diferencia del irlandés,que con el tiempo desarrolló una patológica obsesión con el alarde experimental y los simbolismos, Saer es un autor exigente pero generoso, que recompensa a quien se anime con su escritura. 

Algo que distingue a Saer de la mayoría de los escritores argentinos, o de la mayoría de los escritores a secas, es su autoconvencimiento. Al leer sus libros pareciera que desde un principio tenía muy en claro lo que quería decir, pero no cómo; y que toda su obra no es más que la repetición exhaustiva de un mismo tema, un intento por agotar lo inagotable, que por lo mismo está condenado a ser una obra siempre abierta e inconclusa. En un curioso juego de metaficción, sus personajes conversan y teorizan a menudo sobre temas como la literatura, la naturaleza del tiempo, la materialidad de lo real, los límites y las posibilidades de la memoria, mientras toman un vino o comen un asado. A la recurrencia temática se le agrega la recurrencia de un espacio (la ciudad de Santa Fe y alrededores) y de un grupo de personajes (Tomatis, Barco, el Matemático, Pichón y el Gato Garay, Leto, Washington Noriega), un rasgo claramente faulkneriano, también presente en otros autores latinoamericanos, Onetti especialmente, pero que en Saer toma características propias, que vuelven a su obra una de las mejores y más espléndidas de la lengua castellana. Lejos del fatalismo bíblico de Faulkner o el cínico pesimismo de Onetti, los personajes de Saer celebran la amistad: casi todas sus novelas parten de un encuentro, que puede ir desde una caminata entre dos amigos (La vuelta completaGlosa), pasando por una charla en un bar (La pesquisa) hasta un grupo que se reúne para una comida (El limonero realLa grande) y por eso mismo resultan más entrañables, más cercanos, algo que se sostiene por la permanencia de un texto a otro, lo que permite verlos como amigos a los que visitamos de vez en cuando. Esto no quiere decir que sus novelas sean ingenuas y optimistas (todo lo contrario), sino que se trata de reivindicar las experiencias positivas frente a las adversidades y los inevitables desgarramientos que se tienen a lo largo de la vida, con el paso de los años. Esto se muestra de manera excepcional en Glosa, la mejor novela de Saer junto con Nadie nada nuncaLo imborrable y La grande, en la que, al mismo tiempo que acompañamos a Leto y el Matemático durante una caminata de veinte cuadras por el centro de la ciudad, asistimos al relato de la fiesta de cumpleaños de Washington Noriega, a la cual ninguno de los dos asistió. En el medio hay un encuentro con Tomatis, que da una versión diferente de los hechos, recuerdos de ambos personajes y hasta recuerdos "del futuro", en donde se nos cuenta qué será de ellos. Al terminar la novela queda la sensación de haberse despedido de dos amigos a los que ya no se volverá a ver (idea justificada, ya que en las últimas páginas se nos cuenta el destino que le depara a varios de los personajes del grupo original, veinte años después).



La imagen que se tiene de él como escritor de culto obedece, en primera instancia, a una decisión personal y estética: Saer no sólo desarrolló una escritura alejada de las corrientes literarias mayoritarias, aun cuando escribió en la época de mayor expansión de la literatura latinoamericana (el boom de los años 60, al que desdeñó antes que nadie y como pocos), sino que se creó una tradición de precursores marginales: Juan L. Ortiz, Antonio Di Benedetto, Roberto Arlt, Jorge Luis Borges (cuando no ocupaba el centro de la escena literaria argentina; como Piglia, Saer desdeñó toda la obra borgeana posterior a 1960). En cuanto a autores extranjeros, reivindicaba a aquellos que, o bien ya no se leían (Thomas Mann) o que por su estilo no fueran mayoritarios (Proust, Faulkner). En sus últimos años, ya alcanzado el reconocimiento crítico y en cierta medida público, llevaría su posición anticomercial a un extremo lindante con el esnobismo, lanzando diatribas contra Paulo Coelho en cuanta entrevista pudiera, ofendido porque el brasilero mencionaba a Borges como una de sus influencias y lo comparaba con Jorge Amado.

Lo otro que hizo de Saer un autor minoritario es el acompañamiento que la crítica académica le hizo a partir de 1980. El problema fue que, quizá en el apuro por adelantarse a presentar un talento desconocido, o en un gesto de reparación por haberlo dejado pasar de largo por tanto tiempo (Saer ya llevaba publicadas cuatro novelas y cuatro libros de cuentos, además de un libro de poemas), empezaron promoviéndolo desde sus textos más experimentales: El limonero real y, en menor medida, Nadie nada nunca. Son novelas en las que la mirada del autor, una mirada caleidoscópica, cinematográfica, metafísica, que deconstruye la realidad y el tiempo por medio de una descripción minuciosa de los espacios y las acciones narrativas, alcanza cotas de una sugestión increíble, casi lisérgica. Saer debe ser la experiencia literaria más cercana a un viaje de ácido:

"El chorro de agua se hace más denso - es blanco, árido y opaco ahora - y las partículas transparentes en que se deshace al chocar contra sus manos brillan en los primeros rayos del sol que atraviesan el cielo horizontales y destellan en las hojas de los árboles y en las gotas que se deslizan por la piel flácida de su cuello. (...) El Negro llega en seguida, su pelo negro emitiendo destellos azulados, y empieza a jugar con las patas en la cabeza del Chiquito. Éste se sacude violento, dos o tres veces, y después corre hacia atrás, seguido por el Negro. Sus ladridos resuenan en el aire inmóvil que está comenzando a entibiarse. A mediodía el sol calcinará el aire, lo hará polvo; la arena de la costa se pondrá blanca, la tierra parecerá cocida y después como encalada, y cruzando el río y a una hora de a pie desde la otra orilla, el camino de asfalto que lleva a la ciudad se llenará de espejismos de agua."
"No hay, al principio, nada. Nada. El río liso, dorado, sin una sola arruga, y detrás, baja, polvorienta, en pleno sol, su barranca cayendo suave, medio comida por el agua, la isla. (...) Va cortando, sobre la tabla, sin apuro, rodajas de salamín. Cuando ha cubierto casi toda la superficie del plato blanco de rodajas rojizas, lo pone en el centro de la mesa, junto al pan y los vasos. Saca de la heladera una botella de vino tinto llena todavía hasta la mitad y la deja entre los dos vasos." 

En sus novelas y cuentos anteriores y posteriores, Saer contiene el afán joyceano de llevar sus recursos narrativos al límite (excepto en La mayor, un relato de más de treinta páginas donde Tomatis reflexiona sobre todo lo que ve y siente, en una prosa de una morosidad que roza lo ilegible. Si El limonero real es UlisesLa mayor es Finnegans Wake) y logra textos igualmente notables y entretenidos, ya que, aunque Saer decía que en sus novelas le interesaba más la forma que el argumento, lo cierto es que también era capaz de contar historias interesantes: el asesinato de una mujer a manos de su esposo (Cicatrices), el naufragio de un grumete de quince años a manos de una tribu de caníbales que lo adoptan como un hijo (El entenado), un grupo de locos que recorre la pampa guiados por unos médicos (Las nubes), un asesino de caballos (Nadie nada nunca), un asesino serial de ancianas (La pesquisa), el regreso de un hombre a la ciudad después de treinta años que se cruza con la búsqueda de la historia de un movimiento poético (La grande). Incluso hay un cuento, El taximetrista, sospechosamente parecido a Taxi Driver, la película que convirtió a Scorsese de la noche a la mañana en una celebridad. 

Saer pasó los últimos ocho años de su vida escribiendo su más ambiciosa novela, La grande. Ambientada en los años 90, reúne a todos los personajes principales en un asado en donde se cruzan dos tiempos, el pasado (representado por ellos mismos y por los fantasmas de aquellos que ya no están) y el futuro (representado por los personajes más jóvenes). El hecho de que Saer haya muerto antes de terminarla impuso una lectura clausuratoria, como si la obra cerrara su universo narrativo. Sólo unos pocos señalaron que, lejos de clausurarlo, La grande lo expande más de lo que ya estaba, renovándolo y actualizándolo. Porque el río y la ciudad de Saer, como el río y la ciudad que lo inspiraron, siguen transcurriendo más allá de sus libros, en un mundo que ya forma parte de nosotros y de aquellos que lo seguirán leyendo, y que seguirán descubriendo en ellos el infinito esplendor de la espesa selva de lo real. 

lunes, 12 de enero de 2015

Comienzo

"Calma" por Nahuel Palumbo Fotografia



El sol pacta salida para que comience un nuevo día.
El observa tímido desde algún punto el amanecer pensado en ella.
Ella comienza a despertar de sueños que no concluyen en nada.
Ella se tortura pensado
El deja de pensar.
Y lo pensado empieza a ser pasado, y lo pasado es olvidado, el olvido se transforma en recuerdo, lo recordado se añora y lo que se añora no se tiene.
Ella mira al pasado.
El mira hacia adelante, por que es donde esta ella.
Por que es lo que verdaderamente importa.